domingo, 18 de diciembre de 2011

La ofensa del silencio

No sé reaccionar al silencio en la respuesta. Me bloquea el bloqueo de mi interlocutor, su incapacidad para deglutir mis palabras y para generar una réplica adecuada. A veces lo interpreto como indiferencia o pasotismo,  y las menos como insuficiencia léxica o de opinión. Pero sin atisbo de duda, prefiero la incontinencia verbal a la asepsia de palabras. 

Cuando expones tu corazón, tu angustia y tus miedos sobre la mesa, y la única reacción que consigues es el silencio, una parte de ti se rompe en pequeños pedazos afilados. Hace frío y la impotencia se va haciendo con tu cuerpo, rebotando en tu mente enferma y delirante por esa respuesta que no alcanza a elaborarse. Quizá porque las palabras se me escapan, espero que las personas tampoco puedan pararlas cuando la pregunta apunte a remover la conciencia; siempre hay cosas que nos resbalan, que apenas nos entran en los oídos, pero ante otras, en cambio, el silencio es una ofensa.

SILENCIO
Así como del fondo de la música 
brota una nota 
que mientras vibra crece y se adelgaza 
hasta que en otra música enmudece, 
brota del fondo del silencio 
otro silencio, aguda torre, espada, 
y sube y crece y nos suspende 
y mientras sube caen 
recuerdos, esperanzas, 
las pequeñas mentiras y las grandes, 
y queremos gritar y en la garganta 
se desvanece el grito: 
desembocamos al silencio 
en donde los silencios enmudecen.
                                                                              Octavio Paz

Lago Atitlán

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