miércoles, 24 de julio de 2013

El hombre de los ojos tristes

Recuerdo las noches de bares y los días de playa y lluvia. Recuerdo tu alma de filósofo, de bohemio maduro, de tímido seductor de ojos vivos. Recuerdo también tus consejos, tu amor de padre, tus ganas de verano con sidra. 

El cielo sigue nublado; la noche se escancia de estrellas; huele a prado, a mar bravío; se escucha su romper eterno contra la roca; se arropa el tiempo… Pero ya no suena la guitarra en la playa, ni el sol explosiona en despedida. Los animales vuelven al redil mientras tu sonrisa se apaga, firme pero sin vida. 

No es fácil la vida de exiliado. Tus ojos me miran ahogados, líquidos en tu sonrisa eterna. Parece que los buenos momentos se diluyeran en ellos, y que la pena y la pérdida permanecieran allí congestionadas. La crisis arrasa con todo, nos maltrata el alma y los sueños, nos quita el trabajo, la familia, el verano de sidras y playa y lluvia y norte y estrellas. Los ojos exhiben la soledad de tu alma, brillantes, tristes y solos, a contrapié con tu alegría amable pero fingida. 

Te veo perdido, aquí en el fin del mundo, en el paraíso que antes te hacía sonreír hasta los ojos, y ahora te mantiene, atado a su tierra y a sus animales, lejos pero consciente del pasado, con miedo a un futuro falto de esperanza. 

Pero la última escena, al calor de un pitillo en una noche húmeda, filosofando como antes en tertulia, sin prisas, junto a tu hijo y una mujer a la que acaricias la mano debajo de la mesa, me devuelve el regusto tibio de la sidra, y pienso que todo podría ser peor y que tus ojos aún tienen tiempo para recuperarse, y ya parece que brillan menos, un poco más secos de pena.

“Es tan triste la noche que tu canción sabe a derrota y a miel”.



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