¿Que si estoy bien? No, claro que no, cómo voy a estarlo. Por
supuesto le sonrío al móvil mientras te envío un escueto "sí", aunque los ojos me
traicionan, pero no puedes verlo.
Me urge tocarte con la palma de las manos, escurriéndome
despacio por tu cuerpo desnudo. Palparte con fuerza y sentir que me abrazas de manera
infinita, aunque sólo sea un segundo. Quiero que me duelan los labios de
besarte, y morirme de cosquillas en tu cama, y que te precipites, loco, desde
mi cadera hasta el cielo, en espasmos de placer. Sólo así estaría bien ahora,
sabiéndote mío, con tus sentidos babeando, arañando, asfixiándose por mí,
colapsados de mí, sordo al devenir y miope, para amarrarte muy cerca.
Pero te me escapas, subido al balancín de los recuerdos, y
de vez en cuando, paladeas su nombre, agrio y en susurros, una amenaza
encubierta a punto de reventar. Y el miedo me escuece y me arrebujo. Hace frío
y es verano, aún. La ola nos acuna y furiosa nos aleja en la tempestad de una
noche sin retorno. Chapoteo en la cama, asfixiada y lejos, muy lejos de tu piel
y de tus brazos, y de tu cama y de tu sexo; sola mientras ella se interpone, el
fantasma que te acosa y me desvela.