jueves, 20 de octubre de 2011

Tú y ella

Una imagen vale más que mil palabras. Pero las palabras engañan, las imágenes engañan, el mundo engaña y oculta. Las cosas que están mal se esconden, lo que no suena bien se calla, lo que es mejor no oír se ignora, se mira para otro lado cuando algo molesta...

Esclavos de las apariencias y el qué dirán, a los humanos aún nos falta el valor para enfrentarnos a nuestros sentimientos. Salir del armario de la seguridad es difícil, pero también sería injusto quedarse. Injusto para la persona escondida, relegada, olvidada en ese polvoriento rincón donde los "te quieros" son prestados y susurrados en voz baja.

Por eso duele esa foto vuestra que se ríe de mi y de mi retiro forzado. Mi papel secundario me queda pequeño y tus silencios son cada vez más amargos. 

lunes, 17 de octubre de 2011

DÍA 1 (Guatemala)

11/07/2011
Han pasado 5 horas y debo estar en mitad del océano, a una altura de más de 10.000 metros, con una temperatura exterior de - 40ºC. Son las 18.02, o las 12.02 en Miami, o las 10.02 en Guatemala. ¡No sé cómo voy a acostumbrarme a tanto cambio horario!, pero ya no importa, aquí comienza la aventura: en un avión rumbo a lo desconocido, envuelta en una manta, con una almohada en los riñones y una comida cutre de avión (que tanto me gusta) en el estómago.

Aunque primero habría que hablar de Soria (post anterior): Exacto queridos amigos, la aventura no comienza en las selvas del quetzal y del jaguar en busca del Dorado perdido, ni con el misterio de la civilización maya; no, todo comienza en Soria. 
Allí nos citamos todos aquellos que en la reunión de Cooperatour teníamos por viaje Guatemala, para vernos un poco más las caras antes de llegar. Pero al final sólo fuimos tres asistentes, y lo que se presuponía como un viaje informativo y de acercamiento se convirtió en una oferta de trabajo y una ocasión única para conocernos mejor y hacer amigos a la sombra de litros de cerveza. La Oktoberfest soriana nos pilló por sorpresa y volvimos a casa con el bolsillo menos resentido de lo esperado, el dolor de la resaca y el regusto dulzón de una experiencia nueva.
Ahora sólo puedo pensar en encontrarme de nuevo con mis compis de aventura, en dejar que mi destino me sorprenda, y en conocer a nuevos locos soñadores que se unan a los grandes acontecimientos que están a punto de comenzar.

...(Unas cuantas horas después)...

¡Ya estoy aquí!
Después de miles de horas en aeropuertos del mundo ¡llegamos
Nueve horas del vuelo Madrid-Miami. Una vez en Miami una hora y media de aduanas, controles, etc. RESULTADO: correr por todo el aeropuerto, montarme a toda prisa en un trenecito, poner la maleta rumbo a Guatemala, y llegar con la hora de embarque ya pasada a la puerta D16, destrozada.
Allí me esperaban tranquilamente dos chicas españolas con mi mismo destino, la casa de la familia Fuentes en Jocotenango. El vuelo iba con retraso, lo que ayudó a que le diéramos al palique y fuéramos conociéndonos y compartiendo ilusiones y temores.
Al final salió nuestro vuelo Miami-Ciudad de Guatemala y 2h 30min después, con otro cambio horario a cuestas y la imagen del atardecer sobre la costa de Miami, aterrizamos en Guate acunados por la oscuridad de la noche (aunque a penas eran las 20.00h).
Husos horarios

Con el miedo a que nos hubieran perdido la maleta y a los peligros de la capital pasamos las aduanas sin problemas; más dormidas que despiertas cruzamos las puertas para la recogida de equipajes con la sonrisa insinuante de algún que otro operario con ganas de fiesta.
Por fin salimos del laberinto de aviones, terminales y equipajes en que se había convertido nuestro día, y Roberto (el chófer contratado) nos esperaba con el cartelito típico para recoger a turistas despistados: "Rocío, Eva, Cristina". Tras reconocernos nos puso en manos de su hijo y del amigo de su hijo, dos chavales de unos 15 años, y de un conductor acompañado por su mujer y su hija chiquitina.

Subidas en una furgoneta un poco desaliñada y que se atrancaba en las cuestas, con la típica música pachanguera que se escucha en España de banda sonora, nos sumergimos en las carreteras de la capital: caóticas de tráfico lento y plagadas de franquicias que no esperaba encontrarme (al menos con tanta proliferación) como Burguer King, McDonlads, Telepizza, TacoBell, y por supuesto el famoso y autóctono Pollo Campero.

Casa Patojo
Una hora + un día perdido en aeropuertos es lo que tardamos en alcanzar nuestro destino. Nuestra casita de Jocotenango nos esperaba al final de una carretera empedrada (luego descubrimos que en Antigua todas las carreteras son así). El comité de bienvenida (incluidos mis amigos de la visita a Soria) nos recibió con los brazos abiertos: nuestra madre (durante un mes) estaba de viaje, así que fue su hijo (profesor en el proyecto) quien nos acogió y nos repartió las habitaciones; los voluntarios, emocionados, no nos dejaron irnos a dormir tan pronto y empezaron a abrumarnos con todas las experiencias que ya habían vivido. Al final, conseguimos echarles, y las tres nos fuimos a dormir con el regusto de la Cerveza Gallo que compartieron con nosotras y la inabarcable cantidad de datos nuevos que registrar en un país diferente.
Desde luego que poco dormimos esa noche con Z-Gas, los gallos, y los ruidos de madrugada, pero eso ya es otro día.


lunes, 3 de octubre de 2011

Derribando puertas

Te levantas y la sociedad parece que te da la espalda. Llevas toda la vida luchando tú sola contra este mundo que no acepta las diferencias, que tiene prisas y que no mira para atrás, que se obceca por seguir adelante arrasando con todo, sin parar y darte la mano.

Como nadie miraba, pocos pudieron apreciar ese lento movimiento hacia la liberación de tus cadenas: sin saberlo te convertiste en una revolucionaria, cansada de las viejas normas que te arrinconaban buscaste desvíos para saltarlas. El proceso fue lento, tan lento como una flor que se abre, inapreciable el movimiento a simple vista, pero que de repente sorprende por su color y su aroma.
Así llegaste a nosotros, tus compañeros, derribando con tus cualidades nuevas ese obstáculo inherente a ti, y que cada día nos hacía plantearnos el poder creativo que tenemos las personas.

Ahora han pasado dos años; dos años recorriendo los pasillos de la universidad, subiendo y bajando en ascensores, criticando a los que nos lo roban teniendo piernas tan robustas y manejables, pulsando los botones que tú no puedes, cogiendo los apuntes que a ti no te da tiempo, abriendo las puertas que intentan frenar el avance de tu silla. Contigo hemos saltado barreras, hemos salido a bailar, hemos cotilleado en las esquinas más recónditas de los jardines y hemos ensayado lo que será nuestro futuro profesional. Aquí eres una más. No hay nada que se te resista dentro de las paredes del sistema educativo, nada que pare el motor que, con la poca movilidad de tu mano, pones en marcha.

Pero las cosas están cambiando. Parece que el miedo a la palabra “crisis”, o al ambiente político, o vete tú a saber qué, está nublando la vista a muchas personas que hacen que el sistema de privilegios universitarios se tambalee. Para usar cualquier espacio universitario tienes que identificarte, y no contentos con el régimen de control impuesto, te piden la titulación que cursas para colocarte así en la sala de uso común correspondiente al estatus de tus estudios: las salas más pequeñas para las carreras que, a su juicio, son más insignificantes.
Este celo por preservar los espacios universitarios se quedaría en simple anécdota si no fuera  por los derechos que todo estudiante tenemos. Cuando para acceder a una sala de trabajo la silla de ruedas no entra pues te enfadas; pero cuando además pides usar la sala de al lado, vacía y con espacio, y se te denega el acceso por no ser el estudiante privilegiado de la facultad de al lado, la sensación de impotencia te paraliza.

Estoy cansada de que se quejen de la falta de iniciativa juvenil, de la expresión tan manida “¡Ains, ésta juventud!” que tanto nos prejuzga, del pavor que parecen tenernos los ancianos, de la visión que dan de nosotros en los noticieros.
Yo sé que todos los jóvenes no son universitarios, pero sí muchos universitarios son jóvenes. A nosotros, la generación perdida, nos han robado la ideología, las ganas de reivindicar y hasta el futuro. Parece que las promociones anteriores acabaron con todas las injusticias del sistema y que ahora, a nosotros, sólo nos queda disfrutar en silencio de esta paz impuesta carente de estímulos.
Somos muchos, una masa informe de almas errantes por los campus universitarios, que vagamos entre el botellón y los exámenes finales; entre la biblioteca y la cafetería; o eso quieren hacernos creer. La verdad es que cada uno tenemos nuestros intereses, nuestras inquietudes y afinidades, nuestras carreras y amigos; y cada uno somos entes individuales, únicos, irrepetibles, pero con algo en común, algo que nos arrejunta y nos moviliza: los derechos del estudiante.
Entre todos formamos un grupo indivisible, vivo, que nos hace saltar ante el primer indicio de injusticia. Por eso, cuando una persona tiene alguna dificultad para integrarse en la universidad las cosas se cambian: el Centro y todos, nos ponemos a su servicio para que pueda acceder sin problemas y cumplir con los derechos que le pertenecen.

Por eso, para quitar la razón a quienes nos desprestigian y nos prohíben la iniciativa, para que mi amiga pueda entrar en la sala a hacer los trabajos, para que cualquier persona pueda acceder a una enseñanza digna e igualitaria sin tener que emprender cada mañana una batalla contra las barreras administrativas, físicas e ideológicas, debemos participar y luchar por ser verdaderamente iguales.
Hemos de crear entre todos un espacio donde todas las puertas estén abiertas para aquel que, independientemente de su condición, quiera ejercer su derecho a la formación; porque sino nos estaremos poniendo barreras a nosotros mismos al establecer de precedente esta tolerancia a la desigualdad.