(...) Antes de
pensar en el regreso, reservar cuatro o cinco días para darse un paseo por la
Garden Route es más que recomendable. La nación del arcoíris es un paraíso en
sí misma, pero es la costa sur la que se conoce por sus verdes y frondosos
paisajes, sus playas paradisíacas y sus reservas de animales. La ruta de los
jardines la construye cada viajero a su medida: es un viaje improvisado donde
dejarse enamorar por las vistas y parar en cada rincón imposible, durmiendo en
albergues, haciendo amigos, y desatando pequeñas dosis de locura personal. Para
empezar sólo hace falta un coche alquilado y un valiente que se atreva a
conducir por la izquierda, luego incorporarse a la Nacional 2 hasta Mossel Bay,
ciudad que abre la “Garden” por sus espléndidas playas y acantilados, lugar ideal
para surfistas y avistamiento de ballenas. De aquí hasta Port Elisabeth (a 400
kilómetros de distancia), todo es posible. Lo normal es visitar las Kangoo
Kaves (gigantescas cuevas de estalactitas y estalagmitas), montar en avestruz y
saborear su carne en una de las múltiples granjas que hay en el camino, bañarse
en el océano Índico, hacer excursiones a pie por la exuberante reserva natural
de Tsitsikamma, ir de safari al Addo Elephant Park en busca de los “Big Five”
(cinco de las especies animales más representativas de África) o visitar
pueblecitos costeros con encanto como Wilderness o Knysna.
De paseo con leones |
Pero en este
viaje también hay ocio no apto para cardíacos: si buscas emociones fuertes
siempre queda la opción de un baño en jaula con tiburones blancos, o un paseo
con leones al atardecer con un palo como única defensa. Pero sin duda, la mejor
experiencia es asomarse al puente Bloukrans y, con un poco de ayuda, situarse
en el borde y sacar la punta de los pies (atados con una cuerda), y mientras
toda tu naturaleza te grita, te increpa, te exige que retrocedas, la cuenta
atrás en inglés te empuja hacia delante: “…three, two, one…” y ya estás
volando, cayendo irremediablemente hacia el fondo del valle, 216 metros de
adrenalina pura, o 2 segundos (que es lo que tardas en quedarte colgando boca
abajo a la espera de que te recojan) que te dejan espídico para el resto del
día; por algo es el puenting más alto del mundo, según reza el libro Guinness
de los Records.
De nuevo en tierra, y tambaleándote, después de
un viaje tan intenso, ya puedes subir al coche y volver a casa, con la maleta
llena de instantáneas inolvidables. Por cambiar de paisaje, coge la Ruta 62,
carretera infinita y solitaria del interior que discurre entre páramos
desérticos y pondrá el toque definitivo a la aventura. Y ya por fin, el perfil
de Table Mountain se recorta, azul, con la luz del ocaso; hemos vuelto a Ciudad
del Cabo, a la espera de coger el vuelo que nos devolverá a la realidad. Pero
para que la espera no se haga muy larga, ¿por qué no aprovechar las últimas
horas para disfrutar un poco más de la ciudad? Un salto en parapente desde
Signal Hill, sobrevolando las laderas de Table Mountain, flotando con las
corrientes de aire hasta aterrizar junto al mar es una buena forma de
despedirse. Para los menos temerarios siempre quedará el típico ascenso en
funicular a la montaña, o una buena caminata, cuando el tiempo lo permita y el
mantel de nubes brille por su ausencia. Adiós Sudáfrica, tierra prometida,
mixta, bella y eterna.
Volando por los cielos de Cape Town |