martes, 27 de septiembre de 2011

Tierra a la vista

Si habéis leído los post anteriores (éste es el tercero) ya sabréis que esto va del maravilloso y alucinante viaje a Guatemala que hice este verano. Y aquí sigo, empezando aún, el relato del viaje para que sirva de guía a personas que quieran hacer algo parecido, o para satisfacer la curiosidad del que se pare a leer las divagaciones de una mochilera camorrista:

Primer contacto: Reunión en Madrid
Cooperatour organizó en mayo una reunión para todos aquellos que en el verano de 2011 fueran con ellos de voluntarios a cualquier parte del mundo. En el curso celebrado en Madrid nos juntamos unas cuantas personas pertenecientes a distintos rincones de España. Y cuando, varias horas después, salíamos de la sala de reuniones con una idea más clara de nuestra labor, todos llevábamos una sonrisa puesta, emocionados por la incertidumbre del viaje, y al mismo tiempo más tranquilos al haber conocido, entre todas esas personas, a unos cuantos compañeros de viaje encantadores y tan buena gente como sólo pueden serlo los que se gastan el dinero y las vacaciones en una experiencia solidaria.
Para rematar las amistades recién estrenadas, unos cuantos asistentes (con destinos tan dispares como Perú, Costa Rica y, por supuesto, Guatemala) nos fuimos en busca del típico bar madrileño donde tomar unas cañas y contarnos un poco más nuestras inseguridades e histerias respecto al viaje.


Segundo contacto: Soria
Después de un mesecito de dudas, preguntas y respuestas on-line (porque habíamos creado una lista de correos de todos aquellos que nos íbamos en verano a Guate, independientemente de las fechas y de que coincidiéramos o no), a alguien se le ocurrió que podíamos hacer una quedada pre-viaje para conocernos un poco más, ultimar preparativos y vivir un poco la vida. De unas 20 o 30 personas, sólo tres acabamos en Soria el sábado 18 de junio, y esta ciudad fue testigo del comienzo de la aventura.

Elegimos Soria por ser el punto de encuentro equidistante entre nuestros lugares de residencia. Yo me subí a un autobús que en dos horas y media me dejaría allí, y que me recogería a las 18.30 de la tarde para llegar de nuevo a Madrid lista para el cumpleaños de un muy amigo mío. Lo que no sabía era que acabaría pasando la noche en la ciudad soriana.
Mis dos compañeros de viaje, dos chicos de Zaragoza, me recogieron en la estación de autobuses y buscando el  hotel (ya que ellos sí se quedaban a dormir, aprovechando que eran en fiestas) acabamos con el coche en plena plaza peatonal.
Toda aventura empieza con una entrada triunfal, y tras nuestro error garrafal encontramos aparcamiento y de ahí no movimos el coche en todo el fin de semana.

Tras dejar el equipaje en la habitación, nos fuimos a por el aperitivo a una terraza. Ahí comenzamos a contrastar información y a bombardearnos unos a otros con datos sobre Guatemala, todos bien documentados con la fantástica guía Lonely Planet (que parece la idónea para recorrer este país) que tantos buenos ratos nos hizo pasar durante el viaje.

Crónica de lo hablado en la terracita.

Para comer acabamos haciendo caso a un cartel publicitario que nos llevó a la Oktoberfest, pero a la de Soria, no a la famosa de Munich (ojalá!)
Con una jarra de cerveza alemana y una buena salchicha frankfurt se te puede ir un poco la olla… así que recomiendo a los fácilmente manipulables o “convencibles” que se abstengan de ello, o sino pueden acabar como acabé yo: trabajando de camarera en la Oktoberfest de Soria. 
Y no fue porque no tuviéramos dinero para pagar la consumición, no; sino que hablando con un camarero, el hombre nos contó el lío que se formaba por las noches, y lo tremendamente saturados que estaban de trabajo. Así que uno de mis amigos se ofreció como jornalero a sueldo para esa noche, y 15 minutos antes de que saliera mi autobús yo estaba cambiando el billete para el día siguiente y llamando a mi madre para decirle:
- Mamá, que hoy no voy a casa a dormir, que me ha salido un trabajo en la Oktoberfest.
A las 19.00 ya estábamos en la carpa y un alemán con traje tirolés, que se convirtió en nuestro jefe, nos puso a vender tickets de cerveza por todo el local. 

Recuerdo esa noche como algo increíble: la cerveza corriendo a mares; los borrachos cada vez mas desinhibidos; el delantal y la gorra verde que nos pusieron; Daniel, nuestro jefe, cantando canciones en el escenario; las cuentas mentales para dar el cambio cuando te piden 8 cervezas de litro y 5 de medio litro; las caras de los que escuchaban la historia de por qué estábamos allí; las quejas de mis compañeros porque a mí me compraban más que a ellos; las propinas que a ellos no les daban; la cena y las cervezas que nos salían gratis; hablar alemán con un abuelito; los amigos y los que pretendían ser más que amigos; los camareros polacos; Toño el culpable de que estuviéramos allí… Así pasaron seis horas. 

A la una terminamos el trabajo, nos dieron lo acordado más un pequeño suplemento que nos ayudó a costearnos el fin de semana, nos ofrecieron trabajo para el verano y nos invitaron a seguir consumiendo todo lo que quisiéramos, y allí nos quedamos hablando con los amigos que habíamos hecho esa noche vendiendo litros y litros del líquido elemento.
Cuando cerraron nos dimos el capricho de llamar a un taxi que nos llevó a la verbena que había montada justo debajo de nuestro hotel (si, nuestro, porque ahora yo también necesitaba un sitio donde dormir). Arropados con una manta que bajamos de la habitación y que nos envolvió a los tres, y achispados por la locura de noche que llevábamos, lo dimos todo al escuchar canciones de Barricada, Mägo de Oz o Extremoduro; nos reímos del bajista estático y de las pintas del cantante; saltamos a la comba con la manta y nos reencontramos con varios de los clientes de esa noche.
Sólo tuvimos unas pocas horas de sueño, con dos camas para tres personas, y yo con mi bolso como único equipaje. 
Al día siguiente nos despedimos con un “Hasta luego”, pues en un mes estaríamos de nuevo juntos, eso sí, a muchos kilómetros de distancia.


Tercero:
11 de Julio de 2011. A la tercera va la vencida. Guatemala me espera. Con una pequeña parada en Miami y mil controles de aeropuerto.


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