lunes, 3 de octubre de 2011

Derribando puertas

Te levantas y la sociedad parece que te da la espalda. Llevas toda la vida luchando tú sola contra este mundo que no acepta las diferencias, que tiene prisas y que no mira para atrás, que se obceca por seguir adelante arrasando con todo, sin parar y darte la mano.

Como nadie miraba, pocos pudieron apreciar ese lento movimiento hacia la liberación de tus cadenas: sin saberlo te convertiste en una revolucionaria, cansada de las viejas normas que te arrinconaban buscaste desvíos para saltarlas. El proceso fue lento, tan lento como una flor que se abre, inapreciable el movimiento a simple vista, pero que de repente sorprende por su color y su aroma.
Así llegaste a nosotros, tus compañeros, derribando con tus cualidades nuevas ese obstáculo inherente a ti, y que cada día nos hacía plantearnos el poder creativo que tenemos las personas.

Ahora han pasado dos años; dos años recorriendo los pasillos de la universidad, subiendo y bajando en ascensores, criticando a los que nos lo roban teniendo piernas tan robustas y manejables, pulsando los botones que tú no puedes, cogiendo los apuntes que a ti no te da tiempo, abriendo las puertas que intentan frenar el avance de tu silla. Contigo hemos saltado barreras, hemos salido a bailar, hemos cotilleado en las esquinas más recónditas de los jardines y hemos ensayado lo que será nuestro futuro profesional. Aquí eres una más. No hay nada que se te resista dentro de las paredes del sistema educativo, nada que pare el motor que, con la poca movilidad de tu mano, pones en marcha.

Pero las cosas están cambiando. Parece que el miedo a la palabra “crisis”, o al ambiente político, o vete tú a saber qué, está nublando la vista a muchas personas que hacen que el sistema de privilegios universitarios se tambalee. Para usar cualquier espacio universitario tienes que identificarte, y no contentos con el régimen de control impuesto, te piden la titulación que cursas para colocarte así en la sala de uso común correspondiente al estatus de tus estudios: las salas más pequeñas para las carreras que, a su juicio, son más insignificantes.
Este celo por preservar los espacios universitarios se quedaría en simple anécdota si no fuera  por los derechos que todo estudiante tenemos. Cuando para acceder a una sala de trabajo la silla de ruedas no entra pues te enfadas; pero cuando además pides usar la sala de al lado, vacía y con espacio, y se te denega el acceso por no ser el estudiante privilegiado de la facultad de al lado, la sensación de impotencia te paraliza.

Estoy cansada de que se quejen de la falta de iniciativa juvenil, de la expresión tan manida “¡Ains, ésta juventud!” que tanto nos prejuzga, del pavor que parecen tenernos los ancianos, de la visión que dan de nosotros en los noticieros.
Yo sé que todos los jóvenes no son universitarios, pero sí muchos universitarios son jóvenes. A nosotros, la generación perdida, nos han robado la ideología, las ganas de reivindicar y hasta el futuro. Parece que las promociones anteriores acabaron con todas las injusticias del sistema y que ahora, a nosotros, sólo nos queda disfrutar en silencio de esta paz impuesta carente de estímulos.
Somos muchos, una masa informe de almas errantes por los campus universitarios, que vagamos entre el botellón y los exámenes finales; entre la biblioteca y la cafetería; o eso quieren hacernos creer. La verdad es que cada uno tenemos nuestros intereses, nuestras inquietudes y afinidades, nuestras carreras y amigos; y cada uno somos entes individuales, únicos, irrepetibles, pero con algo en común, algo que nos arrejunta y nos moviliza: los derechos del estudiante.
Entre todos formamos un grupo indivisible, vivo, que nos hace saltar ante el primer indicio de injusticia. Por eso, cuando una persona tiene alguna dificultad para integrarse en la universidad las cosas se cambian: el Centro y todos, nos ponemos a su servicio para que pueda acceder sin problemas y cumplir con los derechos que le pertenecen.

Por eso, para quitar la razón a quienes nos desprestigian y nos prohíben la iniciativa, para que mi amiga pueda entrar en la sala a hacer los trabajos, para que cualquier persona pueda acceder a una enseñanza digna e igualitaria sin tener que emprender cada mañana una batalla contra las barreras administrativas, físicas e ideológicas, debemos participar y luchar por ser verdaderamente iguales.
Hemos de crear entre todos un espacio donde todas las puertas estén abiertas para aquel que, independientemente de su condición, quiera ejercer su derecho a la formación; porque sino nos estaremos poniendo barreras a nosotros mismos al establecer de precedente esta tolerancia a la desigualdad.

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