jueves, 6 de noviembre de 2014

Sudáfrica (1): Cape Town

Con una extensión gigantesca y una variedad paisajística casi infinita, Sudáfrica nos desborda. Tan lejana, tan distinta, tan ambigua, no es el África que nos cuentan las noticias, es mucho más. Se necesita tiempo para deglutir este país, para aclimatarse y descubrir todo lo que puede ofrecer, por eso esta vez sólo nos acercaremos a la costa sur, la zona más verde y cosmopolita del continente. Ciudad del Cabo se erige como capital de esta región, joven, insegura y multilingüe, base de operaciones para conocer un poquito de esta vasta nación tan llena de contrastes.
Bajas del avión y es verano en Navidad. Tu chófer arranca y se incorpora, por la izquierda, al tráfico amable de Ciudad del Cabo. En seguida la township atrapa tu atención, Khayelitsha, barrio de relegación racial de la época del apartheid, que se extiende junto a la carretera nacional, y que evidencia, aún hoy, el fracaso de las políticas de igualdad impulsadas en el país. Barrio de negros, de chabolas, una ciudad entera construida de ojalata y maderas, donde la presencia blanca se recibe con murmullos de extrañeza; y a sólo unos pasos de la gran ciudad, Cape Town, seguramente la más cosmopolita de todo el continente.


Silueta de Table Mountain

A la sombra de Table Mountain, una de las montañas más características del mundo por su impresionante meseta, se esparce la capital, encajada en los entresijos que dejan las colinas adyacentes. Circulando por las grandes avenidas con palmeras, desembocamos en el mar, concretamente en el Victoria and Alfred Waterfront y su paseo marítimo, que sirve de puerto deportivo y centro comercial, con escaparates demasiado exigentes para el bolsillo de la población mayoritaria. Pero aparte del lujo y el derroche que irradia dicho centro, sirve también como punto de partida hacia Robben Island, un pequeño islote a treinta minutos en barco, conocido por ser la prisión donde Mandela pasó dieciocho años encerrado, en su constante búsqueda hacia la libertad y el reconocimiento de los derechos humanos. De la mano de un expreso político, puedes asomarte a la opresiva celda y caminar por los corredores y los patios grises que sirvieron de hogar a Madiba durante tantos años, y que, de alguna extraña manera, contribuyeron a crear al héroe, a ese ídolo que supo dejar atrás el odio y convencer a su nación para que perdone y olvide.
Prisión en Robben Island
Ya de vuelta al continente, ¿por qué no un paseo junto al mar? El Océano Atlántico tiene fama de frío por estas latitudes, y las colonias de pingüinos que habitan algunas playas dan fe de ello. La arena blanca y el agua turquesa invitan a bañarse, pero si no desaniman los habituales avistamientos de tiburón, seguramente se quiten las ganas con sólo meter los pies en la orilla. La otra opción es caminar por el paseo marítimo junto a las mansiones de las celebridades, disfrutar del paisaje y de la gente, saludar a los surfistas, buscar focas y ballenas en el horizonte, y deleitarse con la puesta de sol sobre el océano subido a una roca en la playa o con una buena copa de vino en alguna terraza frente al mar. Y es que Sudáfrica también sabe de vinos: por influencia de los hugonotes y unos pocos Rands (moneda oficial) puedes acudir a una cata de vinos en la famosa ciudad de Stellenbosch, a sólo cuarenta minutos de Ciudad del Cabo. Las suaves colinas ondulantes te adentran en las fincas y viñedos donde degustar tintos, blancos y rosados, sauvignon y chardonnay, supone acabar completamente borracho antes de la hora de comer. Para contrarrestar el efecto no hay nada mejor que una buena “braai”, palabra en afrikáans para designar las típicas barbacoas que causan furor en el país, y probar así carnes de antílopes extraños como el kudu o el springbok.
Atardecer en Cape Town
En la capital la oferta de ocio es infinita: desde un picnic en el jardín botánico más bonito del mundo, el Kirstenbosch, donde puedes empacharte de esterlicias y proteas (flor nacional); pasando por los coloridos mercados de fin de semana; hasta salir de fiesta por la concurrida Long Street, donde engullir con las manos guisos africanos y envidiar el ritmo innato de los negros en la pista de baile. Con el nuevo día, la visita obligada es una excursión al famoso Cabo de Buena Esperanza, uno de los extremos más meridionales del continente. Encaramado allí sobre los acantilados, con el viento incesante que todo lo ensordece y el horizonte como única barrera, no es difícil imaginar cómo confluyen las aguas bravas de los dos océanos, Atlántico e Índico.
Proteas en el Kirstenbosch
 
Continuará...
Publicado en la revista Experpento

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