Cuando el mundo te da la espalda, no sirve con tocarle el culo, quizá haya algo que no funcione en nosotros mismos. No siempre hay que culpar de todo a los demás. Hoy toca mirarse en el espejo y decirse a la cara la verdad, o al menos intentarlo.
¿Para qué engañarnos? Soy cabezota. Me gusta llevar la razón, si hace falta a gritos, y me reservo la última palabra envenenada de ironía mordaz. Hay quien dice que la ironía es un escudo protector, que en mi caso tiene que cuidar de un orgullo sensible y fácil de enfadar. Así soy yo a bote pronto, borde cuando me tocan la moral. Pero este orgullo, este airamiento que me sacude a ratos, no es más que el simple reflejo de una pasión un tanto desmedida. No me toques mis causas perdidas ni me rompas los sueños. Emocionarme se compra con muy poco aliento: un beso, un viaje, un jueves con amigos… promesas que me dan la vida, y me derrumban cuando se las lleva el viento. Así soy yo, bipolar a ratos, estrafalaria en gustos, nefasta en novios, resabiada, agónica, escritora frustrada, intempestiva, soñadora, curiosa y sensibloide.
Pero idealista al fin y al cabo.
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