viernes, 16 de marzo de 2012

Miradas de autobús

SE BUSCA
Chico guapo, rubio, de ojos claros, cuerpo atlético y fenotipo extranjero (quien no entienda que pregunte), posiblemente del este de Europa. Visto por última vez en una parada de autobús de Aravaca. Recompensa: la felicidad de haber propiciado el amor entre dos locos desconocidos.
Es típica la historia del flechazo en el autobús, o en el tren, o en el avión, o incluso en los atascos. No sé qué tiene la movilidad del transporte que nos enamora; quizá sea la fugacidad, el tránsito con hora de caducidad que nos hace superar la timidez y lanzarnos en los brazos del desconocido sentado a nuestro lado. Primero están esas miradas esquivas, de yo te miro, tú me miras, pero nunca nos miramos (directamente). Un rato después, cuando ya uno se cansa de hacerse el duro, empiezan las miradas más en serio, con su correspondiente sonrisa tímida (o de cachondeo, o de ¡no me lo puedo creer!), la tontería, el “qué le voy a decir”, las ilusiones, los proyectos juntos… y el cuento de la lechera en un minuto.

Luego llega la trama. El momento crítico en que él (o ella según el caso) va a bajarse del autobús, pero aún no habéis cruzado palabra. Va a irse para siempre, perderás su pista, no tienes su nombre, ni su número, ni el lugar donde vive, ni su red social… Ningún lugar por donde empezar a buscarle más que la parada donde se ha subido. Entonces el autobús se para, con una última mirada, bien profunda, directa y con lástima él baja las escaleras y sigue su camino. Cuando el coche arranca esperas una señal para que se gire por última vez. Él espera hasta el último momento, entonces te mira con ojos penetrantes cargados de todas las palabras no pronunciadas, y tú levantas la mano para despedirte, para darle las gracias, para mostrar tu enfado porque se ha ido sin más, dejando la historia inacabada, dejándote con una sonrisa triste en los labios.

La frontera de cristal se hace más grande, él se ha quedado atrás, y tú sientes un vacío profundo en el pecho. Te ahoga que todo haya acabado ahí. En eso, que la frustración te puede y consigues reaccionar a tiempo, bajas en la siguiente parada y corres marcha atrás esperando encontrarle. Ahí está él, te ve enseguida, aminoras la marcha, y dejas que el acercamiento sea mutuo, a cámara lenta… y ahí entra el beso, mudo, sin palabras. Al principio leve, tanteando; y luego con pasión, la pasión ciega de dos locos desconocidos.
Ya luego vendrá el café, la vida o la cama, los porqués y las mil y un preguntas; mientras tanto, la locura se torna realidad.

Pero como en todo cuento, el cántaro de leche se rompe y la realidad se impone. Me bajo del autobús y sólo me queda tu recuerdo en el cristal, esa última mirada para buscarte sin ninguna garantía, porque me pudo la duda y el miedo y no bajé a tiempo, me quedé sentada pensando en ti. Lo peor es que ahora me corroe otra duda distinta, el “y sí…” maldito, la frustración de haber perdido la oportunidad, la historia de amor fallida en el transporte público. Las palabras que no te dije ahora me queman, el vacío se hace grande, tu sonrisa y tus ojos buenos me persiguen, ¿dónde puede encontrarte? 
SE BUSCA: Chico guapo, rubio, de ojos claros, cuerpo atlético y fenotipo extranjero (quien no entienda que pregunte), posiblemente del este de Europa. Visto por última vez en una parada de autobús de Aravaca. Recompensa: la felicidad de haber propiciado el amor entre dos locos desconocidos. 

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